Gerardo García Helder, CABA. ggh.amico@gmail.com

La pandemia del covid 19 seguramente pasará, no estoy seguro que yo siga vivo para festejarlo, pero que pasará sí que estoy seguro… Si pasaron las glaciaciones, cómo no va a pasar esto, si bajaron las aguas del diluvio, cómo no va a pasar esto y una vez más “de ahí en adelante, mientas dure la tierra, o cesarán la siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche” (Gn 8,22).

“No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,25-34).

¿Cómo vamos a seguir? ¿Vamos a seguir? La verdad, no sé qué decir. Pero estoy tranquilo, porque hace tiempo me di cuenta que aquí estamos de paso y que lo más importante tal vez sea procurar no morir de aburrimiento. Siempre recuerdo que de chico me contaron algo que en verdad no sé si ocurrió o no; pero me sirve… el niño Luis Gonzaga –que luego se haría jesuita, moriría muy joven (tuve el privilegio de estar en la habitación en qué murió en Roma el 21 de junio de 1591) y sería canonizado y puesto como patrono de la juventud católica– estaba jugando con otros niños y un educador lo llamó aparte y le dijo: “Luisito, si viniera un ángel y te dijera que dentro de una hora vas a morir… ¿qué harías?”. Y San Luis le contestó: “Seguiría jugando”.

Por eso les propongo… seguir jugando con el periódico Diálogo. Esta iniciativa de Juan Carlos Pisano, que fue dirigida primero por María Inés Casalá y Marcelo Murúa, luego solo por María Inés y, desde el fallecimiento de Juan Carlos, por mí, va a seguir mientras se pueda… Un día a la vez… A cada día le basta su aflicción…

Este año, vamos a recurrir varias veces a la figura de san José, ya que el Papa Francisco ha tenido la bella idea de dedicar un año a su memoria, veneración e imitación. Que el custodio de Jesús y María nos enseñe a cuidar de nosotros mismos y de los demás, de la propia casa y de la casa común. Él que fue declarado por el papa León XIII Patrono de la Iglesia Universal nos enseñe que la Iglesia no se agota en un modelo, en el que tal vez la mayoría de los lectores y escritores de Diálogo nos sentimos más o menos cómodos, sino que está llamada a convertirse continuamente no solo a Dios sino también a las culturas en las que le toca vivir. Esto no significa caer en el relativismo ni claudicar del Evangelio de Jesús, sino volvernos a encarnar y acomodarnos en el pesebre asumiendo nuestros pañales y nuestra fragilidad por medio de la cual Dios seguirá obrando por su amor y misericordia.

Sigamos andando y rezando los unos por los otros y que nadie, nadie, ni siquiera los lobos disfrazados de oveja, quede fuera… Porque “nosotros nos fatigamos y luchamos porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen” (1 Tm 4,10).

Para más informes: pastoralbiblicacea@gmail.com

Organizado por el INSTITUTO BÍBLICO CLARETIANO DE LAS AMÉRICAS que los misioneros Claretianos tienen en Chicago (EEUU) del 15 al 20 de marzo de 2021 se realizará un curso bíblico virtual titulado “Viviendo la Pasión de Jesús en tiempos difíciles”. De los encuentros se podrá participar de forma gratuita esos día de 22:00 a 24:00 hora Argentina (7:00pm-9:00pm Hora de Chicago/México) por zoom, inscribiéndose previamente por mail: ebclaretiana@gmail.com

Los temas de esta semana bíblica son:

15 de marzo. “El Gallo en la pasión: Jesús y su relación con los animales”
Padre Manuel Villalobos, Cmf

16 de marzo. “¿Quiénes eran los hombres crucificados con Jesús?”
Prof. Dr. Ariel Álvarez Valdés

17 de marzo. "Discípulas apasionadas en la Pasión deJesús.
Prof. Lic. Gloria Ladislao

18 de marzo. "Las últimas palabras de Jesús".
Prof. Mgter. Gerardo García Helder.

19 de marzo. "La Pasión según San Marcos".
Padre Juan Bautista, Cmf

20 de marzo. "María Magdalena: Mujer de luz".
Padre Gerardo Rodríguez, Cmf

Mas información: IBICLA.ORG

Eduardo Navarro, San Fernando del Valle de Catamarca, tinonavarro@gmail.com

La providencia, para mí como creyente, hizo posible aprovechar la oportunidad de poder escribir este pequeño artículo. A lo mejor, debido a sus creencias o sin ellas, haya quienes consideren que sean otros los motivos y las finalidades: el destino, la suerte o la mera ocasión.

Es pertinente aclarar que el título de este escrito lo tomé de un escrito ocasional (que lleva este título), perteneciente a Umberto Eco¹. Por otro lado, siguiendo el impulso aclaratorio, ésta no fue una lectura fortuita, sino que la ocasionó una sugerencia, hecha hace ya varios años atrás, por parte de un profesor amigo, quien me sugirió que comprara el libro de Eco. Lo que hoy, aprovecho y agradezco de corazón.

Dicho esto, una última apostilla al paso, vinculo intencionalmente este título a un comentario ocasional escuchado en un programa de televisión que hablaba de la onda expansiva que dejó la muerte de Maradona. El comentarista dijo (cito en esencia, no literalmente) que “los argentinos ponemos a nuestros ídolos en una cima muy alta”. Pero eso mismo hace que “cuando fracasan, la caída es muy dolorosa”, agregó.

Al decir que los argentinos hemos erigido un dios en Maradona, habría que entenderlo en el contexto en el que se llevó a cabo su consagración como tal. Todos sabemos que fue el mundial del ’86, en México. Pero también fue la guerra de Malvinas, en el ocaso de la última dictadura cívico-militar, entre otros condimentos, lo que posibilitó ese caldo de cultivo, para que nuestros ánimos decaídos vieran en el 10 al ídolo saliendo de su crisálida para convertirse en un dios nacional y popular, del pueblo. Una figura prometeica que derrotó la pobreza con solo una pelota de futbol. No estudió, no terminó la escuela, ni pasó por la universidad; no fue empleado, no trabajó bajo dependencia. Pasó de la pobreza a la riqueza. “Conocí el Coliseo en persona antes que en un libro de historia en la escuela”, dijo en una entrevista. Se convirtió en el ícono que muchas generaciones quisieron ser.

Otro, de los tantos que desfilaron en diferentes programas de TV y Radio, dijo con mucho tino: es un jugador excelente de fútbol, no se le puede pedir una perfección moral o ética. Una vez muerto, la desmitificación y la humanización del ídolo comienzan a trabajar a todo vapor. Esperemos que la política y la farándula no terminen de destruir lo que hay de bueno en este ídolo.

Nuestra necesidad de esperanza y de alegría (entre otras cosas buenas), nos hicieron hacer la vista gorda, ante ciertas cosas que supimos que acontecían delante de nuestros ojos. Necesitábamos sacar la cabeza del foso y respirar aire puro. Y el fútbol, como deporte nacional, se volvió imprescindible: nos unía bajo una misma bandera, como miembros de un mismo país, nos abrazábamos y llorábamos de alegría, sin vergüenza, dando la vuelta olímpica.

Pero ahora es distinto. En tiempos de esta pandemia ni el mismo Diego pudo unirnos. Estamos separados. Una grieta (casi infinita y eterna) nos separa. Ya no solo es Boca o River, ni blanco o negro, ni rosa o azul. Ahora también hay otros colores, otras pasiones, otros intereses. Es cierto eso que nos decían antes: en la mesa no se habla de religión, ni de deportes, ni de política. Esta última está más en vigencia, por su virulencia, contagiosidad y daños colaterales.

Hemos transitado este primer año de la pandemia; otros, la segunda ola de contagios. Estamos viviendo los primeros meses del año después del 2020. Es decir, asomamos la cabeza la primera mañana después del terremoto. Aunque aún no tenemos una imagen clara de los daños totales. Estamos removiendo los primeros escombros. Aún asistimos a los enfermos; nuevos contagios engrosan aún la lista (que no termina).

La historia universal, cuando la vemos sin prejuicios ni intereses egoístas, nos enseña mucho. Ella es maestra de vida, como decía Cicerón. Y como buenos hijos, sentados a sus pies, la escuchamos. Podemos apreciar cómo algunas sociedades han podido superar con creces las catástrofes –las naturales y las causadas por la misma humanidad–. Pudieron reconstruirse y sacar a relucir lo mejor de ellas mismas. Estas sociedades, muchas de ellas, ahora son grandes potencias. De entre las cosas que nos enseñan estas civilizaciones, con muchos siglos encima, es que “empezaron a ver que así como el siglo XVIII se pensó a sí mismo como la razón y el siglo XIX se pensó a sí mismo como la edad del sentido común, el siglo XX todavía no puede pensarse a sí mismo más que como la edad del sinsentido no común […] Pero la tierra es un terremoto, un incesante y aparentemente interminable terremoto para los modernos, para quienes Newton ha sido descartado al igual que Ptolomeo”².

Nuestra sociedad argentina, por ejemplo, en su caso, me parece que está encastrada en la edad del sinsentido no común. Por supuesto, no todos. Pero sí esa minoría que está rellenando horas de programación en los diversos medios de comunicación. En tanto que la masa, es decir, esa mayoría que ya no se rebela como antaño³, vive su día a día inmersa en sus preocupaciones y ocupaciones cotidianas. Lo que la vuelve una suerte de observadora de lujo de los tejes y manejes de las élites, a quienes ha delegado una responsabilidad temporal, y que sufre en carne propia sus desatinos.

Para descomprimir esa tensión en la que nos sume las contrariedades de las relaciones vertiginosas con los demás, especialmente con esas minorías, esbozamos recetas o atajos para salir de esos escollos. Cada uno sabe lo que dice de los demás, porque necesitamos descargar sobre alguien nuestra desgracia o hacer pública nuestra auto-absolución laica, exculpándonos, sintiendo un gran alivio señalando o mirando por encima de nuestro hombro al inculpado. Nos relaja saber que eso que hacemos (que está mal), no sólo lo hago yo, sino que señalo o identifico, que hay alguien más que lo hace, y que (como yo) no debería hacerlo. Pero en la jungla de cemento, el que pega primero, pega dos veces; el señalado por mí, se convierte en el eslabón débil de la cadena alimentaria de una sociedad que, si sigue así, se fagocita a sí misma.

Es interesante señalar, al respecto, aquella teoría (que abarca a la psicología y a la sociología) que identifica en la sociedad tres grupos: un grupo, minoritario, virtuoso; un segundo, la mayoría, en el medio, llamado mediocre; y un último, también minoritario, el de los escándalos. Se reconoce en la mayoría, entre otras características, una cualidad que es la de ser el caldo de cultivo de los vicios. Como sabemos, que en los grandes grupos sociales que frecuentamos, a la larga, surgen hábitos sociales no virtuosos, que llamamos mañas (por usar un término cercano).

Destacamos esto, porque nos tenemos que hacer cargo del hecho de habernos relajado mucho. Y, a causa de eso, se nos han pegado muchas malas costumbres. Nos hemos relajado culturalmente e intelectualmente; hemos descuidado la virtud de la laboriosidad, del esfuerzo, del sacrificio, del “ganar el pan con el sudor de la frente”; saber valorar que lo bueno cuesta, y no nos referimos a lo material; aunque en nuestro relajamiento, nos fue más fácil comprar que producir, sentarnos a ver televisión y no leer más un libro, etc. Lo decimos, apelando a la raíz del término cultura, que es cultivar. Apostar a sembrar, sentar las bases de lo que, con tiempo, esfuerzo y cuidado, nos va a alimentar, a nutrir, a fortalecer; nos dará una mejor calidad de vida.

Esta masa o mayoría de la sociedad, a modo de auto-defensa, tiende a inclinar el plano sobre el grupo de personas que son los que han cometido errores, o provocado escándalos. Inclinar el plano sería el poder inculpar a esa minoría como causante de todos los males que ella sufre. Se esgrimen, luego de dar muchos rodeos, al respecto, excusas exculpatorias con el fin de ordenar el caos.

De ahí se desprende la necesidad de la figura del enemigo, no es un mero chivo expiatorio. No es sólo la figura del otro en el que me reflejo. Es una suerte de actitud adolescente (con los riesgos que conlleva), de desviar la mirada y la responsabilidad, por sobre todo, y no responder por sus propios actos. Se prefiere pagar un alto precio por permanecer (a toda costa) en el lugar que se ocupa. Se privilegia el presente (que es caduco), por encima del futuro (que se está construyendo): Siembra vientos y cosecharás tempestades.

Esas, nuestras actitudes, heredadas y aprendidas a lo largo de nuestra vida, son sistemas de aprendizajes arraigados y sistematizados que a cierta edad tienen que ser revisados. Ya que en su momento pudieron servir, porque nos permitieron avanzar; pero ahora pueden no estar siendo beneficiosos sino que nos hacen tropezar o caer; por eso tenemos que hacernos cargo. Hay situaciones y personas que ameritan nuestro esfuerzo.

Este esfuerzo nos puede llevar a apreciar una de las características de la amistad: la benevolencia. La existencia de la amistad está marcada por este rasgo que nos remite a dos condiciones primarias: el desinterés y el sacrificio. La amistad es un amor recíproco; pero su rasgo más propio es amar antes que ser amado. De esto se desprende un talante primordial de la amistad: es operadora del bien, de la virtud. Es decir, que los amigos se hacen cotidianamente mejores por la convivencia virtuosa. La amistad no es simple benevolencia ociosa –simple querer el bien del amigo–, sino que es benevolencia activa y realizadora⁴. Además, yendo en este sentido realizador, posibilita el reencuentro con uno mismo en la persona del amigo. Por otro lado, los que adulan son incapaces de tener amigos. En cambio, el verdadero amigo, con su presencia silenciosa, es capaz de aliviar. Los otros, con sus discursos, cargan más peso al dolor, a la culpa. Al no poder olvidarse de sí mismos, estos adulares-interesados, se vuelven más inestables e infieles.

Como una verdadera alternativa a nuestros tiempos, cultivar una sana amistad posibilita hallar un atajo al corazón de la historia. Nos ayuda a remover los escombros en tiempos de crisis, son un oasis en tiempos de soledad y desierto. Nos ayudan a recorrer nuestra propia historia sin distraernos en cosas que nos desvían, para encontrar esos nudos y desatarlos.

Estamos rodeados de tesoros. Pero no existen para ser amontonados o mezquinados, guardados bajo llave. Existen para ser libres, para alzar sus alas y volar. Protegidos, ya que su fragilidad oculta su majestuosidad. Valorados, porque son únicos. Y nos eligen así, como somos, como ellos.

Sería importante animarse a ver lo que precede a una obra finalizada. De alguna manera, nos ayuda a ver qué es lo que sigue a la poda, por ejemplo.

¹ Conferencia dictada en la Universidad de Bologna el 15 de marzo de 2008 en el marco de las veladas sobre clásicos y publicado en Ivano Dionigi (ed.), Elogio della política, Milán, BUR, 2009.

² Chesterton, G. K. Santo Tomás de Aquino. Ed. Vórtice. Buenos Aires, 2015. 15.

³ Cf. José Ortega y Gasset. La Rebelión de las Masas. Publicado en 1930.

⁴ Pironio, Eduardo, Card. Reflexiones sobre la amistad. Cito en: Sobre la Amistad. Ágape. Buenos Aires. 2018. 12.